lunes, 28 de diciembre de 2009

Cuatro elementos

Formaban un cuarteto singular. Todo el día uno detrás de otro. Les gustaba sentirse cerca. El mismo hecho de pertenecer al grupo les daba energía. No se separaban jamás, comían juntos, dormían juntos, se lavaban juntos… Eran como una especie de familia de patos, siempre en fila india, de un lado para otro. Allá por donde pasaban todo el mundo les saludaba e incluso les daban alimento. Se sentían orgullosos. Fuertes. Crecidos. Eran un grupo. Un cuarteto. Una cuadrilla. Una banda. Eran como un equipo y sabían que mientras se mantuviesen unidos todo les iría estupendamente.

En aquellas tierras nadie había pasado tantos años juntos como ellos cuatro y por eso generaban gran admiración en todas partes. Se podría decir que estaban totalmente compenetrados, eran como una sinfonía, como una batería haciendo un ritmo complejo, paseo tras paseo, canturreando felices, parloteando con cualquiera que pasase a su lado. Los turistas les sacaban fotos, disfrutaban con su visión, también les aplaudían cuando hacían alguno de sus espectáculos y les regalaban todo tipo de cosas. Nadie podía pararles, eran fantásticos. Disfrutando la vida y haciendo disfrutar.

Ninguno era mayor que el otro o al menos ninguno de ellos tenía conciencia de haber nacido antes, simplemente se conocían desde siempre y eso hacía que no hubiese dudas y tampoco problemas. No había un líder, pero tampoco lo necesitaban. Un día uno iba delante, otro día detrás. Eso no importaba, lo realmente importante era mantener el ritmo desde primera hora de la mañana, desde la primera llamada del gallo comenzaba todo: despertar. Disfrutar de aquella pureza. El enorme sol en el cielo, las montañas en el horizonte, praderas, montes. Había que recorrerlo todo, había que mantenerse firmes. De ellos dependía gran parte de lo que les rodeaba.

Después podían comer y descansar para seguir adelante, pero todo dentro del mismo ritmo, ese ritmo vital, alegre, incesante. No importaban los detalles, no podían detenerse, sabían que si ellos lo hacían, todo el mundo se vendría abajo, todo dejaría de funcionar, sentían esa responsabilidad pero no como un peso sino como un orgullo que convertía el trabajo en liviano, en satisfactorio. No había mucho tiempo para pensar ni reflexionar sobre el tema, tenían una función, casi como un cargo. Eran grandes, pero no más que los demás, estaban dentro del círculo, de hecho ellos eran el círculo. Eran el engranaje de aquella enorme rueda. No podían dejarlo. Ni querían.


Todo era distinto, cada día era intenso, una sorpresa, sin embargo siempre iba todo bien. Nunca fallaba, el plan se acometía con la extrema perfección de un relojero. La misma concentración que les hacía mantener aquel ritmo exacto hacía que disfrutaran de cada situación hasta la última de sus consecuencias, todo dependía del grupo, del cuarteto, de mantenerse unidos, de mantenerlo todo unido. Despertarse a la vez, generar la energía en el mundo, en la luz, ocupar las cuatro esquinas, la forma perfecta, las cuatro caras de una misma realidad. La naturaleza les necesitaba y ellos estaban ahí, día sí y día también.

No había ningún acontecimiento climatológico que pudiera doblegarlos. Ni la lluvia ni el calor les afectaba. Aquello no tenía importancia, incluso eran capaces de pasar entre un bosque de rayos y disfrutaban haciéndolo. Eran decididos, valientes. Eran los mejores y lo sabían. Nunca se planteaban el final o el ayer, solo el ahora, la necesidad que el grupo generaba en ellos mismos y en todo lo que les rodeaba. Seguían y seguían, juntando las fuerzas, perfectamente organizados. Porque no decirlo: ¡eran geniales!

Pasaron muchísimos años y fueron ganando en fama y relevancia en todas partes. Tenían admiradores, incluso imitadores. Aquello no les gustaba mucho, pero su función no era cambiar las cosas, era seguir para adelante y mantenerlas, como habían hecho hasta aquel momento. Con ilusión. Una ilusión que no había decaído ni un solo día durante todo aquel devenir de años y años. Estaba claro que habían sufrido algunos cambios, que ellos mismos por fuera ya no eran igual que antes, incluso en alguna ocasión habían cometido pequeños errores pero no era nada grave, nada que no pudiesen solucionar en décimas de segundo, se miraban, se reían un poco y seguían para adelante. Eran fuertes y no olvidaban lo que les hacía fuertes. Eran un cuarteto casi ambicioso. Parecían no tener límites. Daban la sensación de querer ser el mejor grupo que jamás había existido en todos los tiempos. Tenían una gran dedicación y una fuerza absoluta.

Sin embargo un día sucedió algo. Algo distinto a lo planeado, algo que ninguno de los cuatro se esperaba, una fuerza mayor que les obligaba a separarse, a distanciarse. Tenían que abandonarlo todo. No eran capaces de comprenderlo.

¿Por qué?

Era la misma fuerza que hasta aquel mismo instante los había mantenido unidos y haciendo las cosas bien. Y en ese instante... ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

No alcanzaban a entender la razón de cómo sucedía aquello y comenzaron a dudar, a preguntarse que era lo que iba a pasar, que era lo que iban a hacer los unos sin los otros. Fue en ese momento al surgir la duda cuando todo se resquebrajó, la oscuridad se cernió sobre el planeta y durante unos segundos se pudo oír el más profundo de los silencios. Decidieron que debían mantenerse más unidos que nunca, que juntarían todas sus fuerzas de verdad, como nunca antes lo habían hecho. Aquello sería la solución, les salvaría, salvaría todo.

Entonces en aquel mismo momento, el fuego miró a la tierra, el aire al agua y al producirse la unión del mágico cuarteto… todo desapareció.

1 comentario:

CHEMA dijo...

O teu relato fíxome pensar nos Beatles, jejeje, esta genial.